Desde el corazón del diluvio... emergió el cananeo que nunca se fue
El cananeo aquí no tiene nombre, ni reside en libros. Vibra en cada aliento, se infiltra en cada significado
Por Khaled Drawsheh
En un momento que no pertenece al tiempo habitual, cuando las medidas de la percepción escapan al dominio de la costumbre, se revela la imagen original. No fue el tiempo lo que cambió, sino la mirada que se posó sobre él. Entre el polvo del enfrentamiento y el destello de la sorpresa, nació un espejo. El ser palestino lo miró y vio rasgos que no imaginaba que aún existieran. No venían del pasado, sino de un núcleo bruto e intacto.
El acontecimiento no fue una exhibición de fuerza, ni una explosión espacial. Lo que ocurrió se asemeja a lavar el párpado interno del ojo: una revelación sin luz, un recuerdo sin memoria. Desde las entrañas del diluvio se formó una nueva estructura de percepción, que no solo describe lo ocurrido, sino que reorganiza la posición del “yo” en el flujo del tiempo.
Cada idea nace de un foco, y cada foco es un encuentro entre el nervio y la visión. En el momento del renacimiento, el palestino no apareció como un individuo reaccionando a los hechos, sino como una entidad existencial que surge de raíces profundas, corriendo bajo la tierra y aflorando cuando se la invoca con sinceridad.
El cananeo aquí no tiene nombre, ni reside en libros. Vibra en cada aliento, se infiltra en cada significado. Es el primer nombre antes de los calendarios, la primera voz antes de los alfabetos. Su aparición no es repetición, sino recuperación de la esencia, cuando ésta brota desde dentro, y no es impuesta desde fuera.
Los líderes actuales no se explican, se practican. No anuncian su presencia, la activan mediante actos coherentes con una esencia incorrupta. No argumentan con fechas escritas, activan una memoria genética traducida en movimiento consciente en el terreno y en un pulso que resuena con una dimensión profunda de la conciencia colectiva.
Lo que está ocurriendo no necesita del lenguaje de los equilibrios de poder, ni se mide con indicadores económicos o cifras. Lo que se está reformulando es una nueva sensación del tiempo: un tiempo que no se mide en minutos, sino en densidad. Y cada momento denso contiene el poder de reestructurar la percepción, de romper el molde en el que fue construida la relación del palestino consigo mismo primero, y luego con el mundo que lo rodea.
Ciudades que aún laten pese al cerco: Gaza no muere porque no fue creada para morir, sino para romper el sentido tradicional de la debilidad. Jericó no se marchita porque su tierra está impregnada de lo invisible, de lo que no se explica, pero se siente. Acre no envejece porque cuando calla, escucha palabras aún no pronunciadas.
Desde aquí, el exilio deja de ser geográfico y pasa a ser conceptual. Lo que un día se llamó “diáspora” no fue sino intentos de dispersar la conciencia cósmica del primer cananeo. Su cuerpo se dispersó, sí; pero el código de su existencia siguió reproduciéndose en silencio: en las islas del Caribe, en los barrios de Marsella, en los callejones de Buenos Aires y en las sombras de las ciudades brasileñas de ritmo africano.
El regreso no es una marcha hacia las fronteras, sino una inmersión en la profundidad. Quien comprende la tierra cananea sabe que las fronteras no separan, revelan. Todos los que cruzaron por esta tierra dejaron algo en ella, pero el verdadero palestino nunca la abandonó. Él está en ella, de ella, y con ella reconstruye la visión integral de la libertad.
Ese diluvio no solo movió las aguas. Sacudió los sistemas de pensamiento y arrancó máscaras que escondían el peligro mayor: la sumisión de la mente a conceptos enlatados. Hoy, las ventanas se abren desde dentro: ¿cómo puede liberarse un pueblo sin redefinirse a sí mismo? ¿Cómo se construye un futuro sin extraer la raíz original del suelo profundo de la identidad?
Después de este diluvio, ya no basta con lo que se dice en los noticieros. Porque el verdadero noticiero late en cada conciencia que ha despertado, en cada idea que ha roto con lo establecido, en cada cuerpo que ha comprendido que la batalla comienza cuando se resincroniza el ritmo interno de la comprensión.
El nuevo cananeo no ondea bandera, camina como si no llevara nada, pero dentro de sí arrastra un universo entero de significados. No necesita definirse, porque ya sabe. No pregunta de dónde viene, porque cada célula suya responde en silencio.
Este es el tiempo del recuerdo. No de revivir el pasado, sino de rescatar lo que estuvo enterrado en el presente mismo. Y desde aquí todo comienza:
Desde un susurro en alguna mente.
Desde un estremecimiento en algún corazón lejano.
Desde una palabra escrita y nunca leída.
Desde un sentimiento aún sin nombre — pero que existe, y crece.
¿Has visto alguna vez una montaña surgir del mar?
Ese es el cananeo de hoy: no ruge, pero se eleva.
No desafía, pero desconcierta.
No anuncia, pero transforma.
Así comienza la próxima ola.
No solo del arma, sino de la idea que vuelve a su lugar natural:
Al centro.
Donde el sentido vuelve a forjarse.
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