Viernes, 29 Marzo 2024

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El devenir nakba del mundo: A 70 años de la colonización sionista en Palestina

El necropoder es la forma en la que se estructura la colonización sionista en Palestina y el modo, por tanto en que ésta se proyecta en orden a producir una Tierra vacía, ahí donde pervivía por milenios una sociedad viva, diversa, multireligiosa y multilinguística así como enteramente cosmopolita.

Solemos escuchar que, desde la fundación del Estado sionista de Israel para los palestinos aconteció la “nakba” o “catástrofe”. Tal “nakba” no es el nombre de una fatalidad histórica que se traduzca pasividad política, sino mas bien, la imagen mas pregnante de una lucha histórica que no comienza en 1948 sino mucho antes cuando aún la Palestina histórica estaba en manos británicas. Nakba, para los palestinos significa lucha. Cuerpos y lenguas, vidas y discursos enredados en la trama de las resistencias, articulados en las múltiples formas de lucha contra el último bastión propiamente “colonial” (Hillal, 2009).

 

En efecto, la fuerza del nombre “nakba” implica situar el problema “palestino-israelí” como un conflicto de naturaleza colonial. Pero, más allá de las formas clásicas de colonización (la francesa y la británica), las diferentes formas que ha asumido el colonialismo sionista han llegado a articular lo que he denominado una “colonización inversa”: si los proyectos coloniales clásicos (desde el hispano-portugués al franco-británico) siempre condujeron su violencia a un movimiento orientado a la inclusión de los nativos a los cánonces impuestos por las respectivas metrópolis; el proyecto sionista hace exactamente lo contrario: se orienta hacia la expulsión sistemática de la población “nativa” (los palestinos).

 

A esta luz, la colonización ha sido excedida por un elemento crucial que, según Achille Mbembe condiciona la configuración del poder en el contexto colonial: el necropoder, la presencia de un poder de muerte que opera cada vez, en virtud de la existencia de un estado de excepción hecho regla (Mbembe, 2006). Para el colonizado –por cierto, en aquellos que habitaban bajo égida hispana-portugesa o franco-británica– todas las instituciones coloniales operan como una excepción hecha regla abriendo siempre la posibilidad de dar la muerte impunemente. En efecto, para Mbembe, el paradigma del funcionamiento necropolítico entendido como aquél poder característico de las diversas formas de colonización, sería Palestina. Quizás, el giro brutal que inaugura la colonización sionista, según el cual, no se trata de integrar al nativo, sino mas bien de expulsarlo, yace desde el principio cuando los grandes ideólogos del sionismo acuñaron una fórmula tan exacta como cruenta: un “pueblo sin tierra (el pueblo judío), para una tierra sin pueblo (palestina)”.

 

Nunca el proyecto sionista reconoció la existencia de la población palestina, menos aún, ha admitido su existencia como “pueblo”. Mas bien, su imposición fue, sintomáticamente ejercida desde la “negación” de la existencia de “nativos”. Esta tierra –la supuesta “Tierra prometida”- estaba enteramente vacía, dispuesta a ser cultivada por los nuevos colonos, entregada sin más a las laboriosas manos de aquellos que supuestamente “retornaban” después de milenios a su –también supuesto– hogar. Todo el discurso sionista se articula en función de esa producción del vacío: en esta Tierra no hay nada ni nadie. Como ha visto el historiador Schlomo Sand, el sionismo fue construido como un discurso estatal-nacional que hacía mutar la noción “espiritual” de la Tierra sostenida por la tradición rabínica, por una concepción “territorial” que terminaba por identificarla a una geografía particular (Sand, 2011). Y, como ha insistido Ilán Pappé, la producción de vacío como operación colonial, significó ejercer una verdadera “limpieza étnica de Palestina” que no comienza con la derecha israelí, sino con la propia fundación del Estado sionista (Pappé, 2015).

 

El necropoder es la forma en la que se estructura la colonización sionista en Palestina y el modo, por tanto en que ésta se proyecta en orden a producir una Tierra vacía, ahí donde pervivía por milenios una sociedad viva, diversa, multireligiosa y multilinguística así como enteramente cosmopolita. Desde el Imperio Romano hasta el Imperio Turco-Otomano, Palestina ha sido habitada por muchas comunidades religiosas y linguísticas que siempre se mezclaron entre sí, conviviendo entre sí como un lugar clave de la cultura y la política Mediterráneas.

 

El proyecto sionista pretendió vaciar todo eso: desde la publicación de “El Estado judío” de Theodor Herzl hacia finales del siglo XIX, hasta la Declaración Balfour en 1917 que apoya explicitamente la creación de un “hogar nacional judío”, así como también, la llegada de las primeras comunidades sionistas, se trató de expansión, dominio y nunca de convivencia. Y, cuando decimos “convivencia” no queremos dibujar un paraíso, sino tan sólo un espacio cosmopolita, en el que crecían comunidades diversas que interactuaban entre sí.

 

En contra de la dimensión cosmopolita que componía a la sociedad palestina, el sionismo implantó el significante “judío” como un referente no ya religioso, sino estrictamente racial, no referido a la dimensión “espiritual” –como decía Sand– sino “territorial”. Por eso, el movimiento nacional palestino vivo desde principio de los años 20 siempre apostó por la creación de un Estado laico y democrático y nunca por la existencia de un Estado que llevara consigo alguna impronta étno-confesional (como ocurre con la noción de “judío” propuesta por Herzl y los ideólogos posteriores del sionismo). Que las NNUU haya anunciado la solución de los dos Estados desde 1948 y que –ya desde ese entonces– Israel haya hecho esa opción un imposible, nada tiene que ver con la voz palestina que ha estado en juego: un solo Estado sin referencia étnica alguna (Edward Said era partidario de un Estado binacional), en contra del discurso orientado a la producción del vacío y su necropoder.

 

Que la conmemoración de los 70 años de la nakba no nos paralice. Que nos abra las puertas para lo único que verdaderamente importa: la puesta en juego de una “intifada general” que pueda desactivar no sólo a la colonización sionista, sino a todos aquellas necropolíticas, cuyas formas de producción del vacío, no dejan de herir la cotidianeidad. Intifada frente a la nakba, levantamiento, revuelta, resistencia frente a la colonización, el poder y los modos necropolíticos de represión. Pues, si los palestinos traen consigo una fuerza mitológica consigo –en cuyas imágenes aún pueden descansar sus muertos– es aquella que impregna el término “intifada”. Como una invitación a la destitución de las formas de opresión, la intifada ha de ser una potencia destituyente cuyo estallido revoque los poderes (coloniales) establecidos y de a luz una imaginación ávida por volver a habitar lo que aún y a pesar de todo, podemos llamar mundo.

 

 

 

 

Fuente: Rodrigo Karmy Bolton, El Desconcierto - Chile

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