Lo primero que debo aclara es que no soy palestino, no soy familiar de palestinos y tampoco estudié en un colegio árabe. Esto como principio básico para explicar mi dolor y denunciar este genocidio permanente que ha durado cerca de 75 años, a vista y paciencia de un mundo que mira con indiferencia esta tragedia. Y lo peor de todo, es que en muchos casos la justifica.
Provengo de una familia pobre y muy humilde. Como vivíamos en una población obrera (José María Caro, en Santiago de Chile), siempre existían focos de delincuencia. Mi madre, con su gran sabiduría, siempre nos inculcaba el sentido de la responsabilidad y también nos heredó el gusto por la lectura y los libros. Pero mis padres, sin mucha educación, siempre nos enseñaron el sentido de justicia. Siempre nos decía que el silencio otorga. Es decir, que no denunciar un hecho delictivo también nos hacía cómplices de ese delito. Nunca se me olvidó esta sabia enseñanza. Digo todo esto a propósito del título de esta columna de opinión.
Hace poco se conmemoró una fecha importante, pero no menos dolorosa, que para buena parte del mundo pareció silenciarse. Debe ser porque los ojos están puestos en la pandemia del Covid 19 y ahora último con las protestas en EEUU, por la muerte de un hombre de color en manos de la policía racista de ese país. Me refiero a la creación de ese estado terrorista y criminal llamado Israel. Con el desplazamiento, despojo y genocidio hacia la nación de Palestina. Con esa fatídica alianza entre el Estado Hebreo y el Imperialismo norteamericano, se ha ido cumpliendo la desaparición del pueblo palestino, por parte del sionismo mundial, sin que en el mundo nadie se escandalice ni menos condene.
El 14 de mayo de 1948, se funda, por mandato de Las Naciones Unidas, el Estado de Israel. En la tierra que habitaba la nación Palestina. Desde esa fatídica fecha ha comenzado el martirio, desplazamiento y genocidio del pueblo palestino, hasta dejarlo reducido a su mínimo espacio. Algo que, para personas como yo que nos atrae mucho la historia, nos indigna y estremece esta clara injusticia.
El inicio del Estado de Israel comenzó con una clara política genocida como lo fue la matanza de Deir Yassim. Un pueblo de Palestina donde se asesinó a 260 civiles palestinos entre los días 9 de abril al 11 de abril del año 1948, incluidos niños, mujeres y ancianos. Es decir, ya antes de la fundación del Estado de Israel, los extremistas sionistas comenzaban con el martirio a Palestina.
Un poco de historia para no olvidar: Deir Yassim era una localidad de aproximadamente 800 habitantes, fue cercada por milicianos de varios grupos terroristas sionistas israelíes y con armamento pesado asesinaron a sus víctimas. Acompañaron esta acción con mutilaciones y violaciones, obligándolos incluso a desfilar por los barrios judíos antes de ser ejecutados. Incluso se llevaron a 150 jóvenes palestinos presos.
Desde esa fecha fatal y hasta hoy, no se han detenido las matanzas ni el desplazamiento de los habitantes de Palestina.
Ahora Israel celebra con pompa su “Independencia” y la creación de su nación. Entonces me hago la pregunta: ¿De quién se liberó Israel? No se puede declarar Independencia cuanto este país se formó con la expulsión de miles de palestinos de sus hogares y su tierra ancestral. Ciudades y pueblos se levantaron sobre el despojo de aldeas demolidas y bombardeadas por la furia homicida de los paramilitares sionistas. Es decir, esta nación conmemora su “Independencia” sobre la sangre y los huesos de miles de palestinos asesinados en su propia tierra. Claro que todo este proceso de expansión territorial no ha terminado, es más, continua hasta el día de hoy con la total indiferencia de la comunidad internacional, que con su silencio se hacen cómplices activos de este genocidio. Para esto cuenta con el apoyo irrestricto, incondicional y sin pudor del gobierno de Estados Unidos.
La muestra evidente de esta fatídica alianza fue el traslado de su embajada de Tel Aviv a Jerusalén, apoyando a Israel en su desconocimiento de las numerosas resoluciones condenatorias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Además de organismos internacionales como la UNESCO y ahora en el no reconocimiento de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional (CPI) en los crímenes de guerra cometidos por el sionismo.
Ahora estos días, según palabras del secretario de Estado de EEUU, apoya la anexión de los asentamientos de colonos sionistas en Cisjordania, el Valle del Jordán y las tierras al norte del Mar Muerto, a la soberanía de Israel. Algo en clara flagrancia al derecho internacional.
La memoria es siempre poderosa. Es un arma contra quienes basan sus argumentos frente a la brutalidad y la fuerza. Son mitos construidos en base a sus ancestros, a quienes creen en su historia. Así como el pueblo nación mapuche ha construido su identidad por siglos, asimismo construye su identidad la nación de Palestina. ¿Cómo pueden olvidar los que han sido expulsados de su tierra y sus hogares? ¿Pueden dejar atrás sus cultivos, sus plantaciones de olivos, su ganado? Esa es la crueldad del usurpador. Olvidar es un proceso de expulsión eterno que nunca acaba.
Para terminar, no me creo ese embuste del sionismo internacional que han propalado por el mundo, que son el pueblo escogido de Dios. Mi madre que era profundamente católica me lo decía siempre: “Si Dios existiera no permitiría esta gran injusticia”.
Fuente: Hugo Farías Moya, Kaos en la Red
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