El juicio a Ahed Tamimi muestra la profundidad de la paranoia israelí
¿Cómo puede el fuertemente armado Estado israelí afirmar ser víctima de una activista adolescente?
Como todo el mundo sabe, Ahed Tamimi es una chica adolescente que abofeteó a un soldado israelí.
Como es menos sabido, Tamimi ha sido llevada a juicio ante un tribunal militar, con un índice de condenas del 99,7% (un índice totalitario, podría decirse). Los 15 cargos contra ella incluyen el agravante de agresión a un soldado, amenazar a un soldado, impedir a los soldados llevar a cabo sus tareas, incitar y perturbar la paz pública y lanzar piedras.
Déjenme repetirlo: una chica de dieciséis años ha sido llevada a juicio ante un tribunal militar por abofetear a un soldado de las fuerzas de ocupación. Sé que Tamimi no es ninguna especie de chiquilla ingenua. Es una activista antiocupación con experiencia. A esto es a lo que se refieren los odiosos vídeos de propaganda israelí cuando la llaman “Shirley Temper” y menosprecian sus protestas como “agitadora”.
No obstante, una chica de dieciséis años ha sido llevada a juicio ante un tribunal militar por abofetear a un soldado fuertemente armado. Una protesta con más carga simbólica que realmente molesta para los ocupantes. Una protesta que, armada solo con la fuerza moral (lo que no es, por tanto, completamente desarmada), podían fácilmente haber decidido ignorar. Y parece que, en Israel, esto no resulta polémico. De hecho, la bofetada, oída por todo el mundo, ha terminado siendo un tema de conversación penoso y chocante, que gira entre expresiones rituales de orgullo por el heroísmo militar y lamentaciones horrorizadas por el daño al orgullo nacional.
La integrante del Likud [nota del traductor: partido en el poder en Israel] y anterior general de brigada de las Fuerzas de Defensa de Israel Miri Regev se lamentó: “Cuando vi eso, me sentí humillada, rota”. Ben Ehrenrech informa de periodistas israelíes que usan “palabras como 'castrado' e 'impotente' para describir cómo se sintieron cuando vieron a ese soldado con su casco, su chaleco antibalas y su arma, y a la chica con camiseta rosa y cazadora azul que lo humilló. Pese a toda su fuerza, poder, riqueza y arrogancia, los había humillado”.
Al otro lado del debate, el vigor y el poder fálico de Israel fue de hecho demostrado por el acontecimiento, y por el heroísmo tranquilo y callado de las tropas. Avi Buskila, que preside la organización Paz Ahora fundada por Amos Oz, afirma que “los soldados actuaron heroicamente, exactamente como se esperaba de ellos”. Ya sean miembros del Likud o pacifistas, la premisa acordada es que esos astutos palestinos salieron para provocar, acosar y humillar a sus nobles y valientes chicos.
El respetado periodista Ben Caspit, que escribe para el sector de la prensa progresista y orientado a la paz, escribió en Maariv sobre cómo podría ser vengada la humillación: “No hay estómago que no se vuelva cuando presencia este vídeo... Yo, por ejemplo, si me encontrara con esa situación, haría tiempo que estaría detenido hasta terminar el juicio... En el caso de las chicas, deberíamos hacerles pagar un precio en otra ocasión, en la oscuridad, sin testigos ni cámaras”.
Como señala Jonathan Ofir, aquellos que exigen la reparación del orgullo de Israel mediante represalias violentas olvidan que, de hecho, la bofetada de Tamimi fue una represalia. Esto no es un matiz acerca de la violencia lenta y estructural de la ocupación: literalmente, dice Ofir, el soldado golpeó primero. Si fuera cierto, esto se ignora en la mayoría de reseñas en inglés. (Aunque, entre paréntesis, debo decir que el tono de la información de Palestina ha cambiado notablemente estos últimos años. Que Newsweek publique artículos como este, con vídeos describiendo el verdadero origen de Israel y de la Nakba [nota del traductor: el éxodo de 1948] palestina, es sorprendente. Habría sido impensable hace solo unos pocos años).
Lisa Goldman afirma que esta clase de discurso crece porque la cobertura mediática, también de los medios del ala progresista, se ha abandonado casi unánimemente a la reproducción acrítica de propaganda militar, o sea, el falaz argumento de que las tropas israelíes solo estaban ahí para impedir que los problemáticos y arteros nativos lanzaran piedras. Los Tamimi han estado protestando por verse privados de tierra y de acceso al agua por una colonia cercana durante mucho tiempo, cuenta Goldman, y no se ha lanzado una sola piedra en todo este tiempo.
Por supuesto, toda esta discusión es racista. Incluso las útiles y necesarias intervenciones de Ofir y Goldman, por ejemplo, están obligadas a tratar con una premisa engañosa y grosera. El hecho de que debamos siquiera participar en el tipo de narrativa que comienza lanzando barro al oprimido y al colonizado muestra cuánto han sido ya deshumanizados los palestinos. Qué, ¿el colonizador puede tener sus arsenales pero el colonizado no puede tener una piedra?
En todo caso, es también totalmente esperpéntico. Que un Estado fuertemente militarizado y con muchos apoyos, que avasalla sistemáticamente a su oposición, reaccione de modo tan frágil y delicado a una protesta en gran medida simbólica es demente.
Gil Gertel defiende que la base de este sentido de humillación es que Tamimi subvirtió la mitología sionista: en esta situación, ¿quién es realmente David y quién Goliat? Puedo ver la fuerza de esta explicación, aunque uno podría añadir que, en la práctica, el Estado de Israel fue el que subvirtió esa mitología. Aquí la culpa es muy evidente. Para mí, sin embargo, no sugiere nada con tanta fuerza como las frágiles jerarquías de los Estados racistas; su naturaleza extremadamente delicada; su sensibilidad a cualquier afrenta a la autoridad y la propiedad; su tendencia a explotar en estallidos de violencia en el momento en que una persona negra pueda “faltar al respeto” a un hombre blanco, y su constante alarma contrainsurgente sobre los alborotadores. Como si el sistema entero fuera tan frágil que una maniobra tolerada llevada demasiado lejos lo pudiera echar abajo por completo.
Quizás están en lo correcto al ser tan paranoicos. Tales pequeños actos de resistencia fueron los guijarros que, juntos, se convirtieron en la avalancha que tumbó las leyes de segregación en Estados Unidos. (Aunque, por supuesto, no la supremacía blanca, que ha demostrado ser en general más resistente). Pero para justificar el arrastrar a una adolescente a través del sistema judicial y el espectáculo de los medios internacionales, tienen que pintarse a sí mismos como relativamente impotentes; valientes engreídos haciendo frente a la amenaza de la violencia palestina. Nada más lejos de la realidad.
Tamimi es una heroína, como dicen sus simpatizantes en los medios. Y con razón su padre está orgulloso de ella. Pero también es, por subrayarlo de nuevo, una chica de dieciséis años, que ha sido llevada a juicio ante un tribunal militar y hace frente a la prisión. Y si usted mira los medios de comunicación, casi toda la nación de Israel cree que es víctima de Tamimi.
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