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Más allá de la analogía del apartheid en Palestina y Sudáfrica

El 'Acuerdo del siglo' de Trump - Netanyahu, resucita y restaura el gran apartheid, un sistema político racista que debería haber desaparecido en los sumideros de la historia y corresponde a una declaración unilateral de los términos para la rendición palestina.

MERIP
Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.

El 28 de enero de 2020 la Administración del presidente Donald Trump reveló los detalles de su llamado “Acuerdo del siglo”, el plan de Estados Unidos para establecer la paz entre Israel y los palestinos. El acuerdo equivale, según el periodista de The Washington Post Ishaan Tharoor [1], a una “declaración unilateral de los términos para la rendición palestina”. El plan presenta en 181 páginas una serie de políticas que afirman resolverán la crisis existencial y cotidiana que sufren los y las palestinas, aunque lo que en realidad establece es la impunidad de Israel mientras acelera la anexión de más territorio palestino, niega de manera permanente el derecho a retornar a sus casas a los refugiados, reclama unilateralmente Jerusalén como capital de Israel y fractura aún más la geografía palestina.

En violación del derecho internacional y de innumerables resoluciones de Naciones Unidas, el plan mantiene –aún más, recrudece– la ocupación militar israelí y deja a los palestinos parcelas de territorio que no constituyen más que un archipiélago de enclaves étnicos sorprendentemente similares a los bantustanes que Sudáfrica utilizó para segregar y excluir a los africanos durante el apartheid. La politóloga Sheena Anne Arackal sostiene que “El 'Acuerdo del siglo' resucita y restaura el gran apartheid, un sistema político racista que debería haber desaparecido en los sumideros de la historia” [2].

Puede que como consecuencia del plan de Estados Unidos aumenten las referencias al apartheid en Sudáfrica, a pesar de que la analogía ya se viene utilizando de manera concluyente desde hace más de una década. Comprender los paralelismos entre las luchas de liberación de Palestina y Sudáfrica ha sido estimulante y productivo para los y las activistas, aunque muchos palestinos cuestionen tanto la utilidad de la analogía del apartheid como sus limitaciones. No cuestionan que lo que existe en Palestina actualmente es apartheid. Lo han asimilado como una característica fundamental de la ocupación israelí. Más bien lo que hacen es examinar si el apartheid explica adecuadamente o no la condición de Palestina en su totalidad, y si la analogía es útil para establecer los términos y estrategias de su propia liberación.

Las iniciativas de solidaridad internacional en pro de la justicia en Palestina han crecido exponencialmente en los últimos 20 años. Muchos de los logros –incluidos cientos de iniciativas exitosas de la Campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS)– han sido posibles gracias a precedentes jurídicos internacionales que utilizan el derecho como instrumento de defensa, y al aprendizaje del papel desempeñado por los boicots internacionales para acabar con el apartheid en Sudáfrica. Dos precedentes jurídicos en particular han hecho de la lucha sudafricana un importante punto de referencia para las iniciativas palestinas: el Estatuto de Roma de 2002 de la Corte Penal Internacional, que definió y tipificó como delito el apartheid en tanto que sistema de dominación racial, y el fallo de 2004 de la Corte Internacional de Justicia que consideró que el Muro de separación de Israel constituye una violación del derecho internacional. Asimismo personalidades políticas sudafricanas establecen frecuentemente paralelismos fundamentales entre la lucha palestina y su propia lucha contra el apartheid.

Delegación de jóvenes palestinos y palestinas a Sudáfrica

Los y las jóvenes palestinas debaten sobre la analogía del apartheid y sobre otras muchas incógnitas que afectan a la vida social y política palestina en general. En abril de 2019, un grupo de 19 jóvenes palestinos y palestinas participó en una delegación de investigación en Johannesburgo (Sudáfrica) organizada por el Movimiento Juvenil Palestino (PYM), con sede en Estados Unidos, en asociación con el Centro Afro-Mediterráneo de Oriente Medio (AMEC) de Johannesburgo. La visita de la delegación tuvo lugar dos semanas después del histórico Viaje de Estudios para la Enseñanza sobre Palestina en Johannesburgo y justo cuando el gobierno sudafricano degradaba el estatuto de su embajada en Tel Aviv a una oficina de enlace en solidaridad con los palestinos.

Entre los miembros de la delegación de Johannesburgo había palestinos y palestinas de entre 20 y 33 años de edad residentes en Palestina, Líbano, Qatar, Alemania, Turquía, Grecia, Reino Unido, Estados Unidos y Sudáfrica. Representaban la diversidad de contextos políticos, sociales y organizativos que conforma la dispersa nación palestina: palestinos de Gaza, de Cisjordania e Israel, estudiantes de Palestina en el extranjero y refugiados de los campamentos de la región circundante, desplazados a Europa y nacidos y criados en el exilio. Los organizadores de la delegación reconocieron que el pluralismo resultaba esencial para los objetivos del programa, que trataba de subsanar la encallecida fragmentación que afecta a la vida social y política palestina y “evaluar la situación actual de la lucha nacional palestina a través de una lente comparativa con la lucha antiapartheid y anticolonial/decolonial de Sudáfrica”.

La decisión de llevar a jóvenes palestinos a Sudáfrica surgió de un taller del PYM celebrado en febrero de 2016 en Malmo (Suecia), en el que algunos jóvenes palestinos expresaron su reticencia a utilizar un léxico racial y la analogía del apartheid para definir la lucha palestina. Para esos jóvenes, los discursos sobre la raza estaban intrínsecamente ligados a las luchas de segregación. Les preocupaba que el marco del apartheid negara los atributos de asentamiento y desposesión colonial que caracterizan la experiencia palestina. Preferían el marco del colonialismo, el cual, según ellos, conduciría a una estrategia más completa hacia la descolonización. En cambio, otros de los organizadores palestinos consideraban que la utilidad del marco del apartheid es un medio legal para que los palestinos hagan comprensible su lucha ante la comunidad internacional y para acabar de manera pragmática con la segregación racial en Palestina. Argumentaron que la desigualdad racial forma parte innata de la lucha palestina y se refirieron a las carreteras designadas racialmente, a las placas de matrícula y a otros marcadores físicos de segregación en Cisjordania.

Aunque los miembros del PYM ya venían expresando tiempo atrás la inquietud política que les producía referirse al marco del apartheid para definir la lucha palestina, la credibilidad que dicho marco estaba ganando como resultado del impulso de la Campaña del BDS y de la defensa jurídica, exigía una teorización más profunda para la que el PYM aún no estaba preparado. Como resultado, el PYM organizó una delegación de investigación a Sudáfrica. Los organizadores desarrollaron varias áreas de investigación: estudiar la utilidad y las limitaciones de la analogía del apartheid entre Sudáfrica y Palestina; cuestionar por qué otros marcos como el colonialismo de asentamiento se utilizan con menos frecuencia para definir la lucha sudafricana; y comparar las luchas palestina y sudafricana en el período previo a los procesos de negociación de principios de la década de 1990 para entender cómo concluyeron con resultados tan dispares.

La visita de la delegación incluyó conferencias, debates en seminarios, talleres, visitas a lugares de lucha histórica y contemporánea y reuniones con figuras políticas y dirigentes de movimientos comunitarios y estudiantiles, todo lo cual aportó importantes conocimientos a los organizadores juveniles palestinos. Una de estas lecciones es que los palestinos tienen que tener en cuenta más seriamente el capitalismo racializado y la liberación social como parte de su lucha. El capitalismo racializado se refiere a las formas racializadas de desposesión de mano de obra, de explotación y exclusión que alimentan la acumulación de capital y la desigualdad. Los participantes también comprendieron que un acuerdo negociado con las fuerzas coloniales que no acabe completamente con las estructuras e ideologías coloniales represivas no puede conducir a un futuro descolonizado. Pero este análisis crítico estuvo también acompañado de un renovado compromiso por revitalizar las formas éticas y bidireccionales de solidaridad con los sudafricanos de base y otros pueblos que luchan contra la opresión en todo el mundo.

Diversas formas de colonialismo

Una particularidad importante de Sudáfrica es que antes de que comenzara el apartheid en 1948, el país ya había soportado 300 años de colonialismo. Esta historia incluyó el asentamiento de colonos holandeses y británicos en un “colonialismo de tipo especial”, como lo describen tanto el Congreso Nacional Africano (ANC) como el Partido Comunista Sudafricano (SACP). Este “tipo especial” tenía las características del colonialismo de franquicia, basado en la explotación de la mano de obra negra, en la confiscación de tierras y en la extracción de recursos, junto con características del colonialismo de asentamiento que permitían a los colonos naturalizar su presencia como clase racial y económica dominante en lugar de ser considerados como extranjeros o colonos.

Esta larga historia colonial se convirtió en un punto de partida vital para examinar tanto la historia de Sudáfrica antes de 1948 como las formas en que las definiciones jurídicas del apartheid podían oscurecer las características tanto del colonialismo de asentamiento como del colonialismo de franquicia. Las y los delegados palestinos recibieron una sesión de orientación política dirigida por miembros del Centro Africano y de Oriente Medio, que explicaron la estructura del sistema de apartheid y contextualizaron la creación y la función de las diferentes categorías raciales legales en Sudáfrica, entre ellas la blanca, la india, la de color y la negra. Comprender la perspectiva racial más allá de un binario blanco-negro resulta crucial para entender cómo se creó estructuralmente una graduación de poder a través de la casta racial y cómo esa estructura ha perdurado en Sudáfrica incluso después del final del apartheid en 1994.

Las sesiones de orientación llevaron a las y los delegados a revisar la historia palestina anterior a la Nakba de 1948. Examinaron la función histórica que tuvieron tanto la dominación otomana como el Mandato británico en la creación de las condiciones adecuadas para la conquista sionista. Los delegados también exploraron las distinciones raciales entre Sudáfrica y Palestina, en particular cómo la lucha sudafricana estaba compuesta por múltiples naciones indígenas con diferentes subjetividades culturales, lingüísticas y étnicas, así como muchos otros grupos nacionales, étnicos y raciales. Vieron cómo ese pluralismo racial y étnico no existe en el contexto palestino al mismo nivel. Los delegados también argumentaron que los discursos políticos populares sobre Palestina adolecen de un léxico racial anémico que confunde a menudo las identidades religiosas y étnicas con construcciones raciales de poder y opresión fabricadas socialmente. Insistieron en que era necesario revisar la tradición intelectual y política radical palestina para comprender cómo los palestinos han articulado la raza en relación con la lucha y reflexionar sobre qué podría adoptar la nueva generación de esas articulaciones para ofrecer un análisis racial más adecuado en la actualidad.

Identificar el capitalismo racializado

La delegación aprendió una importante lección acerca de cómo el capitalismo racializado da forma y diferencia a los dos casos, tanto en sus orígenes como en su forma actual, tras los procesos de negociación de principios de los años noventa. Antes de llegar a Sudáfrica, Andy Clarno, basándose en su propia investigación comparativa sobre Palestina y Sudáfrica, instó a los delegados a que consideraran el papel del capitalismo racial en Sudáfrica y cómo la subyugación económica de los negros persiste incluso después del fin del apartheid legal. Esta lección se puso de relieve durante la intervención de Noor Nieftagodien y Salim Vally, que citaron las teorías del capitalismo racial del académico sudafricano Neville Alexander.

Las y los delegados palestinos fueron testigos de los efectos del capitalismo racializado en el municipio de Alexandra (“Alex”) , en Johannesburgo. A cinco minutos en coche de Sandton, una de las comunidades más ricas del continente africano, Alex es un barrio marginal superpoblado con miles de negros sudafricanos que viven en la más absoluta pobreza. A lo largo de la orilla derecha del río del municipio, los residuos y las aguas residuales se amontonan y caen sobre las casas, mientras que en el lado izquierdo las casas recién construidas para las elites en ascenso de Johannesburgo se elevan en una colina separadas por barreras de seguridad. El contraste es asombroso como paralelismo entre las diferencias estéticas entre los pueblos palestinos y los cercanos asentamientos israelíes en Cisjordania.

Los delegados se reunieron con jóvenes de una asociación de jóvenes que ocupa comunidades de viviendas a medio construir. Les explicaron que el gobierno sudafricano contrata a constructoras patrocinadas por el Estado que dejan los proyectos de construcción sólo parcialmente acabados mientras los políticos se embolsan los fondos. Los jóvenes les explicaron que no confían en un stablishment político que satisface la codicia de las élites mediante la corrupción del gobierno y sostiene la violencia económica contra los pobres, un sentimiento que resonó entre los jóvenes palestinos que comparten sentimientos similares sobre la Autoridad Palestina.

Los jóvenes reconocieron los vínculos entre la pobreza insuperable de Alex y la de los campamentos de refugiados palestinos, en particular en Líbano. Sin embargo, los delegados señalaron una distinción importante. Mientras que a los refugiados palestinos en Líbano se les ha prohibido durante mucho tiempo trabajar en el mercado laboral legal y han quedado, hasta cierto punto, atrapados en los campamentos mientras esperan retornar a Palestina, Alex es un destino importante para los migrantes sudafricanos de zonas rurales y los africanos de todo el continente. Cada año llegan a Alex miles de ellos en busca de empleo en Johannesburgo. Como resultado, la tensión en el municipio es alta porgue el espacio para la vivienda es escaso. Los delegados conocieron allí la existencia de pobrezas más extremas aún que las que habían encontrado anteriormente. Esta experiencia les enseñó una lección sobre las formas avanzadas del capitalismo racializado neoliberal: que enfrenta entre sí a las poblaciones con excedentes de mano de obra.

Alex ilustró para los delegados cómo, incluso después del celebrado fin del sistema de apartheid, el capitalismo se fortaleció contra los negros africanos –la destrucción de los movimientos obreros organizados permitió la privatización del trabajo y de la tierra– con el fin de mantener una asimetría de la riqueza y de poder racializada. La lección más profunda que se extrae del contexto sudafricano para los delegados es que los palestinos también deben enfrentarse al capitalismo racial y que si las soluciones no permiten una redistribución completa de la tierra, la riqueza y el poder no habrá una verdadera liberación palestina.

Justicia de género y liberación social

A lo largo del programa, los delegados escucharon a líderes comunitarios hablar de los males sociales de la sociedad sudafricana, entre los que se incluyen tasas de mortalidad por enfermedades prevenibles sin precedentes y algunas de las tasas más altas del mundo de infección por el VIH, violencia con armas de fuego y violaciones. Lo que más destacado fueron los relatos de cómo la violencia contra las mujeres y las tasas de feminicidio se dispararon tras el fin del apartheid legal. Los delegados accedieron a conocer dos formas históricas de violencia de género: la violencia estatal racial y de género perpetrada por el régimen del apartheid, y la violencia de género dentro del movimiento, que no fue abordada y que acabó efectivamente silenciada en nombre de la prioridad de la liberación política previa a la liberación social.

En un viaje de campo a Constitution Hill los delegados visitaron la cárcel de mujeres y tuvieron conocimiento sobre la tortura, la deshumanización y la agresión sexual que experimentaron las mujeres sudafricanas a manos del régimen del apartheid. En Alex, los delegados visitaron a mujeres que vivían en albergues segregados por género que se referían a cómo las formas actuales de separación familiar son el resultado de las políticas de segregación por género creadas durante el apartheid para controlar el trabajo y la movilidad de los hombres negros. En una reunión con una ex combatiente del MK (el brazo armado del ANC), los delegados se enteraron de que las mujeres sudafricanas que habían sido violadas por sus camaradas en los campos de entrenamiento nunca pudieron poner en marcha procesos internos de rendición de cuentas dentro del movimiento.

Igualmente, las contribuciones de las mujeres sudafricanas también se redactaron a partir de los discursos dominantes de la lucha contra el apartheid. La dirigente feminista Fatima Shabodien sugirió a los delegados que los palestinos deberían considerar las estrategias de liberación de manera integral, abordando simultáneamente la liberación social y política. Además, les animó a que se comprendiera la liberación a través del bienestar comunitario, la justicia restaurativa y la curación social, así como a través del cambio sistémico e institucional en todos los niveles.

Al reflexionar sobre lo que habían aprendido, los delegados expusieron dos lecciones importantes: en primer lugar, que para romper los ciclos de violencia de género en la lucha por la liberación política, las instituciones deben ordenar que los enfoques de la curación social basados en el trauma sean integrales y no periféricos al movimiento de liberación. Es importante crear movimientos populares de base que afirmen la liberación de la mujer como parte de la liberación nacional, pero que también rechacen los discursos feministas coloniales, orientalistas e imperiales que predominan en los criterios de financiación de muchas ONG's en Palestina desde el comienzo de la llamada guerra contra el terrorismo. Una segunda lección se desprende de que si los y las palestinas quieren alcanzar una verdadera liberación, los movimientos políticos deben aplicar modelos de responsabilidad y justicia en todos los niveles de la lucha. Por ejemplo, el Movimiento Tal3at está utilizando enfoques de base para hacer que el fin de la violencia contra la mujer y la liberación nacional sean inseparables.

Los peligros de un acuerdo negociado

Los acuerdos que pusieron fin oficialmente al apartheid en Sudáfrica consagraron una serie de libertades democráticas y protecciones de los derechos humanos que se esbozaron por primera vez en la Carta de la Libertad. Entre los cambios más reseñables figura la eliminación del estigma contra los dirigentes y movimientos de la resistencia. Desde la aprobación de la Ley de Terrorismo de 1967, se les tipificaba legalmente como terroristas. A pesar de esas libertades recién adquiridas, el desarrollo capitalista racial neoliberal dio lugar a la intensificación de la securitización racializada, a la privatización y a la disponibilidad de mano de obra negra. En última instancia, el acuerdo acabó normalizando los asentamientos y la riqueza británica y afrikaner y exacerbó las condiciones materiales crónicamente pobres de los negros. El apartheid continuó en una forma nueva.

El académico Salim Vally afirmó ante los delegados: “No hicimos una revolución; tuvimos un acuerdo negociado”. El CNA revolucionario pasó de ser el grupo más grande que encabezaba el movimiento antiapartheid del país a una fuerza política de gobierno en un sistema plagado de corrupción. Este cambio dejó fuera a toda una nueva generación ajena a la organización del movimiento. La participación política popular quedó diezmada cuando la política se hizo en vertical de arriba a abajo después de 1994, al igual que en Palestina. Muchas de las consecuencias vistas en Sudáfrica son paralelas a las traiciones políticas de los dirigentes palestinos cuando firmaron los Acuerdos de Oslo de 1993: los héroes del movimiento de liberación se convirtieron en agentes de un régimen gubernamental políticamente inepto y represivo.

Con la esperanza de encontrar modelos inspiradores para revertir el deterioro de las condiciones en Palestina tras los Acuerdos de Oslo, los delegados expresaron su frustración al tomar conciencia de las consecuencias que tuvo el proceso negociador de Sudáfrica. También les decepcionó saber que el proceso de verdad y reconciliación, establecido para producir una justicia restauradora para las víctimas del apartheid, se basaba en la verdad en ausencia de justicia cuando se concedía la amnistía a los autores. Si los acusados declaraban la verdad de lo que habían hecho, no se les pedía que rindieran cuentas de ningún modo, que es la forma en que los blancos han mantenido su poder cultural y material tras el fin del apartheid. Los delegados llegaron a la conclusión de que el verdadero cambio no puede lograrse mediante un acuerdo negociado con una fuerza colonial y que sólo se logrará mediante un proceso amplio de descolonización, en el que también se pasarán cuentas con la violencia colonial.

Limitaciones de la política de la analogía

Los delegados reconocieron que las comparaciones entre la monstruosa violencia en Palestina y Sudáfrica ha llevado a igualar algunas distinciones cruciales en la naturaleza de las dos luchas y las estrategias utilizadas para lograr la liberación. Una distinción entre ambos contextos es el papel de la explotación laboral en Sudáfrica. Los trabajadores negros explotados pudieron desempeñar un papel importante en la ingobernabilidad del país mediante huelgas obreras debido a la considerable dependencia económica de los sudafricanos blancos de su trabajo. Esta dinámica dio a la industria, al comercio y a los sindicatos una ventaja en la movilización popular al servicio de la lucha política.

Por el contrario, los sionistas, desde el comienzo de la colonización, alienaron intencionadamente la fuerza de trabajo palestina y la reemplazaron por colonos judíos. Tras la anexión de Cisjordania y la Franja de Gaza en 1967, la economía israelí explotó cada vez a más trabajadores palestinos, pero se trataba de una población relativamente pequeña en comparación con la fuerza de trabajo industrializada de Sudáfrica. Si bien la explotación laboral configuró en parte las condiciones que llevaron al estallido de la primera Intifada palestina en 1987, la revuelta laboral organizada fue menos eficaz para los palestinos, que no pudieron sacudir toda la infraestructura del Estado colono mediante huelgas a gran escala como lo habían hecho sus homólogos en Sudáfrica.

Después de los Acuerdos de Oslo de 1993, pero en particular después de la segunda Intifada, que comenzó en 2000, los palestinos pasaron a desempeñar un papel mucho menos relevante en los mercados laborales oficiales dentro de la economía israelí. Sin embargo, las diversas industrias de contención, vigilancia, encarcelamiento y control de multitudes que Israel ha ido desarrollando en las nuevas revisiones de su ocupación de Palestina han producido una economía capitalista racial mediante la cual Israel ha creado una industria rentable a partir de mano de obra palestina, como sujetos de asedio y cautiverio. Israel depende simultáneamente de sus políticas de limpieza étnica para suplantar la presencia palestina y de naturalizar los asentamientos extranjeros en la tierra. Mientras que durante los primeros 200 años de colonialismo en Sudáfrica la eliminación fue la lógica con la que se rigieron los colonos, tras el descubrimiento de oro y diamantes en el siglo XIX, los blancos desarrollaron una dependencia de la mano de obra negra.

Incluso más que los paralelismos en poder y opresión, a los delegados les asombró los paralelismos entre los movimientos de liberación. Aunque los dirigentes de ambas luchas llegaron a las negociaciones en coyunturas similares –en parte debido a la re-configuración del poder internacional como resultado de la caída de la Unión Soviética– y aunque tanto Nelson Mandela como Yaser Arafat tuvieron trayectorias sorprendentemente análogas antes de principios de la década de 1990 y una amistad íntima durante décadas, las condiciones que dieron forma a las negociaciones fueron muy diferentes. A principios de los años noventa, Mandela había logrado el regreso de todos los líderes exiliados y la liberación de todos los prisioneros políticos. Además, el régimen de apartheid se había vuelto ingobernable debido a factores como los campañas internacionales de boicot, la presión de la comunidad internacional, una resistencia armada insurgente, la protesta popular a todos los niveles, un sector público sacudido por la huida de los trabajadores blancos a las industrias privadas y la revuelta de los trabajadores negros organizados.

Se ha argumentado que tanto Arafat como Mandela utilizaron los levantamientos populares que se produjeron en ese momento para negociar sus acuerdos y estabilizar sus propias posiciones de poder, porque estaban amenazados por un nuevo liderazgo orgánico que surgía de las calles. A pesar de las similitudes en las trayectorias de los dos líderes, hay que reconocer que los palestinos no habían alcanzado los mismos logros políticos cuando llegaron a la mesa de negociaciones y que el largo exilio de la OLP había hecho que la resistencia política y armada palestina dependiera precariamente de las fuerzas regionales que se confabulaban cada vez más con Israel y con las fuerzas imperialistas.

Sin embargo, sostuvieron que es fundamental no imponer un marco único –como el colonialismo de asentamiento, el apartheid o el colonialismo de franquicia– como si sólo éste pudiera definir la lucha palestina.

En resumen, las y los jóvenes delegados reconocieron la importancia de no permitir que los paralelismos con otras luchas oculten diferencias importantes. Exploraron la forma en que diversos marcos pueden poner de relieve las diferentes experiencias palestinas y las características del proyecto sionista. Insistieron en que es necesario revisar la historia del sionismo para comprender la especificidad histórica, geográfica y contextual de la lucha palestina y para preservar las perspectivas de liberación y evitar que queden limitadas por la política de la analogía.

Revivir las relaciones de lucha conjunta

Palestina ha movilizado una creciente solidaridad internacional en todo el mundo en la última década, lo que lleva a la última lección aprendida por los jóvenes delegados: lo importante que es reavivar las solidaridades bidireccionales con otras luchas internacionales. Como testigos de la violencia y la opresión racial, de género, económica, social y política en Sudáfrica, los delegados insistieron en que los palestinos deben hacer todo lo posible por compartir su aprendizaje y su solidaridad con los sudafricanos que siguen luchando contra el colonialismo de facto y contra el apartheid.

En una reunión con la Liga de Jóvenes Comunistas (YCLSA) en Soweto, los jóvenes compartieron poesía, un compromiso de construir solidaridades transnacionales desde la base y sus aspiraciones para el futuro. En la reunión con los representantes políticos del CNA, los y las jóvenes palestinas escucharon el compromiso del gobierno para hacer realidad la libertad palestina. A pesar de apreciar la audacia de las posiciones gubernamentales, los delegados expresaron que su compromiso está con la lucha de los sudafricanos de a pie que combaten contra la corrupción del gobierno, la violencia, la precariedad económica y un proceso de descolonización incompleto.

Los delegados se sintieron particularmente conmovidos por la resistencia y la firmeza de la lucha que persiste en Sudáfrica, en particular entre los estudiantes de los movimientos “Rhodes Must Fall” y “Fees Must Fall”, cuyas reivindicaciones primeras exigen la descolonización del conocimiento y de la educación. Al final de la visita de la delegación de jóvenes palestinos, éstos concluyeron afirmando que hay que conseguir que se abracen firmemente los principios de la lucha palestina, la reconstrucción de su lucha popular en todas las comunidades palestinas a nivel transnacional, y la rehabilitación de alianzas y relaciones de lucha conjunta que aunque sean distintas están interconectadas.


 

Notas:

1. Ishaan Tharoor, “Trump’s ‘Deal of the Century’ is no Deal at all,” The Washington Post , 28 de enero de 2020.

2. Sheena Anne Arackal, “The ‘Deal of the Century’ is Apartheid,” Mondoweiss , 28 de enero de 2020. Traducido en Rebelión al castellano en: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=265034&titular="el-acuerdo-del-siglo"-es-el-apartheid-

Loubna Qutami, de origen palestino, es becaria posdoctoral del Departamento de Estudios Étnicos de la Universidad de California, Berkeley.

Fuente: https://merip.org/2020/02/moving-beyond-the-apartheid-analogy-in-palestine-and-south-africa-trump/

 

Fuente: Rebelion.org

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