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Palestina colonial: Los 72 años de profundización de la Nakba

La conmemoración de los 72 años de la nakba (catástrofe) palestina trae consigo una agudización sustantiva de la colonización sionista en Palestina refrendada en el famoso “Acuerdo del siglo”.

La conmemoración de los 72 años de la nakba (catástrofe) palestina trae consigo una agudización sustantiva de la colonización sionista en Palestina refrendada en el famoso “Acuerdo del siglo”. Instigado, exclusivamente, por las administraciones estadounidenses e israelí, dicho “Acuerdo” no constituye una pieza colonial excepcional a la desventura de la historia palestina, sino un armatoste más de la fina estrategia colonial que se ha ido forjando desde la creación del Estado sionista. De hecho, podríamos decir que el “Acuerdo del siglo” consuma los Acuerdos de Oslo celebrados entre 1992 y 1993 que, desde el punto de vista palestino, no fueron otra cosa que una profundización y mutación de las técnicas de colonización que se aceitan bajo las nuevas técnicas “intensivas” de la gobernanza neoliberal.

1.- Colonización “intensiva”

Cuando la palabra “colonización” irrumpe en el léxico contemporáneo aparece como ex –  temporánea. El fin de la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, todo el período denominado “guerra fría” constituyó el momento crucial en que el colonialismo de las potencias europeas debía haber quedado atrás. Pero el colonialismo no desapareció. Más bien, se consumó en el nuevo proyecto neoliberal que desplazó al colonialismo clásico de carácter “expansivo” hacia un nuevo colonialismo de tipo “intensivo”. El primero consistía en la imposición de un proyecto civilizatorio sobre un pueblo nativo que pervivía por fuera de las fronteras estatal-nacionales de la potencia colonial; el segundo en la penetración al interior de los cuerpos de los ciudadanos de un poder cuya racionalidad consistía en constituirles en la forma empresa.

El primero funcionaba con un “afuera” vigente en lo que comúnmente se llamó “mundialización”, el segundo prescindió de todo “afuera” para volverse sólo “interior” en lo que actualmente se llama “globalización”. El proyecto globalizador no fue nunca otra cosa que un colonialismo consumado, descentrado de la figura estatal-nacional y afincado en nuevas formas de producción política. En particular, puede pensarse en el caso sudafricano como el pasaje del colonialismo “expansivo” hacia el colonialismo “intensivo” o, lo que es igual, del racismo biologicista, al racismo culturalista; del colonialismo que aún tenía a Reino Unido como centro metropolitano al colonialismo que carece de todo centro estatal-nacional para arraigarse exclusivamente en la forma global del capital.

Pero existe un extraño lugar que condensa a los dos momentos coloniales en uno, mostrando que, lejos de excluirse entre sí, ellos se co-pertenecen: Palestina. En ella se juega la existencia de una realidad colonial “expansiva” e “intensiva” a la vez: combinación de estrategia militar con la policial, de objetivos geopolíticos yuxtapuestos a los geoeconómicos. No es que en la etapa “expansiva” el interés económico estuviera ausente, pero en su momento “intensivo” es la geoeconomía el régimen de inteligibilidad el que condiciona a lo militar y geopolítico; es el capital el que reestructura al Estado y no este último el que aún puede funcionar como su contención.

En este sentido, la colonización sionista en Palestina expone, de manera brutal, no sólo la co-pertenencia de ambas técnicas coloniales, sino también, la diferencia que los separa: la estrategia “expansiva” necesitaba de un proyecto civilizatorio que operaba bajo el horizonte de “integrar” al nativo a la cultura dominante. Ello fue característico de toda la escena colonial desde la España Imperial hasta la Gran Bretaña colonial con todas sus modulaciones y diferencias históricas. La “intensiva”, en cambio, tal como atestiguan décadas de neoliberalismo, no tiene “proyecto civilizatorio” alguno (carece de formas de “hegemonía”) y consiste en la creación de grandes bolsones de exclusión estructuralmente imposible de “integrar”. En este sentido, funciona como una colonización inversa: en vez de ejercer una violencia que integra al nativo en el orden “civilizado”, no hace más que empujar hacia su sistemática exclusión. Del proyecto civilizatorio solo ha quedado el racismo que hoy se viste de “culturalismo” y que concibe a cada confesión y/o cultura como un término clausurado en un identitarismo fuerte y exento de intercambios con otros. En este sentido, al programa neoliberal de la globalización le es constitutivo el localismo identitarista con el que hace sistema.

2.- Nakba

La colonización sionista en Palestina funcionó desde el principio bajo la forma “intensiva”. Si se quiere, a diferencia de las formas coloniales clásicas (la hispánica, francesa o británica), la colonización sionista en Palestina operó siempre a la “inversa” como si adelantara el modus operandi del neoliberalismo: excluye antes que incluye, borra antes que inscribe, expulsa antes que integra. En este sentido, se podría decir que el modo sionista de colonización se planteó desde el principio no “educar” a las masas nativas (árabes palestinos), sino de expulsarlos, de prescindir de ellos e imponer una concepción étnica y racial (no religiosa) de “judío” para definir su identidad estatal.

De ahí que el lema presente desde los textos de Theodor Herzl (fundador ideológico del sionismo) haya sido: “un pueblo sin tierra, para una tierra sin pueblo”. La misma fórmula niega de facto la existencia de los palestinos y produce un vacío (vacía un territorio) donde, de hecho, no había sino una población milenaria de múltiples lenguas, religiones e historias. El sionismo inaugura una colonización que acentúa el borramiento, la aniquilación de un pueblo completo, ejercicio que sigue vigente hasta la actualidad y que constituye una completa anomalía para una región que ha vivido por milenios con la mezcla de múltiples culturas, lenguas e imperios. En este sentido, el proyecto sionista es un proyecto de purificación “nacional” de la histórica multiplicidad inmanente al territorio palestino.

La conmemoración de los 72 años de la nakba (catástrofe) palestina trae consigo una agudización sustantiva de la colonización sionista en Palestina refrendada en el famoso “Acuerdo del siglo”. Instigado, exclusivamente, por las administraciones estadounidenses e israelí, dicho “Acuerdo” no constituye una pieza colonial excepcional a la desventura de la historia palestina, sino un armatoste más de la fina estrategia colonial que se ha ido forjando desde la creación del Estado sionista. De hecho, podríamos decir que el “Acuerdo del siglo” consuma los Acuerdos de Oslo celebrados entre 1992 y 1993 que, desde el punto de vista palestino, no fueron otra cosa que una profundización y mutación de las técnicas de colonización que se aceitan bajo las nuevas técnicas “intensivas” de la gobernanza neoliberal.

En este sentido, Israel, país que ha violado todos los tratados internacionales relativos a DDHH no hace más que profundizar la colonización “intensiva” en una combinación mortal entre el dispositivo militar y el policial, entre la promoción de intervenciones bélicas y apoyo sistemático a una política (ilegal) de asentamientos. Entre lo militar y lo financiero, lo soberano y lo gubernamental, se despliega la colonización “inversa” propiciada por el Estado sionista que termina por calzar con la modalidad colonial global proveída por la gobernanza neoliberal: producción de excedentes, exclusión de vidas no integrables al imaginario étnico-racial proveído por el término “judío” que define al Estado sionista desde su creación en 1948.

Por esta razón el mal llamado “conflicto palestino-israelí” no puede entenderse como un conflicto entre dos fuerzas equivalentes, ni menos, como un asunto de naturaleza étnico-cultural. Más bien, el “colonialismo intensivo” operado por el Estado sionista arrasó desde el principio a la población palestina con el apoyo político, militar y financiero de las grandes potencias de turno: Gran Bretaña primero y los EEUU después.

Porque conmemorar la nakba no consiste simplemente en llorar a nuestros muertos, exiliados, expulsados, torturados, encarcelados sino también en la capacidad de pensar con ellos las formas de resistencia. Por eso, resulta imprescindible que, más allá de las diversas formas de presión promovida por el lobby sionista en los múltiples países del mundo[1], la tarea crítica se ha de proponer   desnaturalizar los clichés “orientalistas” que actualmente envuelven al conflicto (sobre todo desde la prensa) y desnudar la naturaleza de la “colonización” prevalente en Palestina.

Solo una inteligencia y una acción comprometida pueden ofrecer al mundo algo diferente a la nakba sobrevenida hasta aquí. Porque con el término nakba la memoria palestina no designa un simple “hecho” histórico, sino un acontecimiento que no deja de suceder, una sombra que define el rostro colonial del Estado sionista y que se ha terminado por identificar al mismo proyecto de la globalización neoliberal que hoy despliega su colonización “intensiva” hacia todos los pueblos de la tierra.

[1] Me refiero a diversas formas de censura, campañas de difamación a intelectuales (recientemente a Achille Mbembe), amedrentamientos a activistas del BDS entre otros. Todo bajo el chantaje ideológico de que criticar al Estado sionista significa ser inmediatamente antisemita.

 

Fuente: Rodrigo Karmy BoltonEl Desconcierto - Chile

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