Vivir bajo la ocupación de Israel con tu casa en pleno campo de entrenamiento militar
Los palestinos del Valle del Jordán se han visto obligados a vivir rodeados y divididos entre zonas militares israelíes. Mientras sufren los ataques de los colonos, Israel, que controla los recursos naturales de la zona, ha confiscado alrededor del 85% de las tierras. A pesar de todo, irse no es una opción: "La resistencia es cada minuto de nuestras vidas".
La familia de Ilyat abandonó la comunidad de Khirbet al Dear en 1967, donde vivían junto a otras 150 familias. Esta fecha marca el comienzo de la ocupación israelí en Cisjordania, tras la Guerra de los Seis Días. El Gobierno de Israel considera la región un enclave estratégico donde crear colonias con el objetivo de anexionar Cisjordania a los territorios ocupados. Ilyat y su familia se desplazaron únicamente a un kilómetro del área, pero lo perdieron todo. Sin embargo, decidieron volver en 2006 y a día de hoy son cinco las familias que subsisten en la comunidad, incluso después de haber sufrido varias demoliciones en los años 2014 y 2015. “Somos los propietarios legales de esta tierra, la casa de mi padre estaba aquí, yo nací aquí. No necesito comprar una nueva tierra, aquí mis ovejas tienen espacio y libertad. El día que disponga de electricidad y agua sin problemas tendré tan buena vida como la que tenía en el pueblo. Sólo quiero una vida tranquila”, comenta con toda naturalidad y sin perder la sonrisa mientras muestra las ruinas de la casa de sus antepasados.
Un manantial cercano proveía de agua a toda la comunidad, pero la masiva construcción de pozos acuíferos israelíes provocó que se secase. No es un caso aislado. El interés principal en el Valle del Jordán reside en sus fuentes naturales de agua, utilizadas en el pasado por otros territorios cisjordanos e imprescindibles para las actividades agrícolas. A día de hoy, aún resisten 55 comunidades palestinas con 60.000 habitantes frente a loa 39 asentamientos de colonos con una población de 10.000 personas.
Mapa del Valle del Jordán. - JORDAN VALLEY SOLIDARITY
Según un informe de Al-haq, órgano consultor de las Naciones Unidas en los territorios ocupados, el Estado de Israel controla en la actualidad, con la colaboración de la compañía privada Mekorot, alrededor del 80% de los recursos acuíferos de Cisjordania. Esta es una de las principales técnicas de represión contra las comunidades palestinas de la región. "El control del agua es el arma usada por el Estado de Israel y los colonos para quebrar nuestra economía y controlar nuestra tierra", relata Rashed, coordinador del proyecto Jordan Valley Solidarity, A sus palabras se añaden las denuncias de asociaciones como
B´tselem, que afirma que “el consumo de agua de la población de los asentamientos colonos en el Valle del Jordán, es equivalente al 75% del consumo de agua de toda la población palestina de Cisjordania”.
“Antes teníamos diferentes tipos de frutas, ahora los árboles están secos. La carretera que lleva a lo que queda del río, prácticamente seco, es israelí. Los palestinos ya no tenemos acceso a nuestras tierras. Ya no es posible ser agricultor y palestino. Algunas familias no tienen más opción que vender sus campos a Israel porque ya no pueden cultivarlos”, cuenta frustrado Rohee, habitante de Al Auja. También explica cómo los colonos han expulsado a palestinos del río “en el nombre de Dios”. Para Ilyat, la pesadilla empieza por las noches cuando intentan asustarles con ruidos y amenazas: “Los niños son los que peor lo pasan”, afirma. La oscuridad, debido a la falta de electricidad, acrecienta el miedo.
Algunos colonos van un paso más allá. Es el caso de Sulayman, habitante beduino de la comunidad de Badu al-Ka´abneh, a quien dispararon en la pierna mientras pastaba a sus ovejas. Para poder pagar los costes médicos se vio obligado a vender su rebaño. Sin embargo, Sulayman decidió emprender su propio negocio vendiendo café y dulces en una furgoneta ambulante. Como afirman los pastores del Valle del Jordán, “somos uno de los objetivos principales por parte de los colonos: nos atacan violentamente, matan a nuestras ovejas, confiscan nuestros rebaños forzándonos a pagar rescates por ellos y bloquean el acceso a nuestros campos”.
Lolo, una niña del pueblo de Bardala. - M.L. / C.S.
Rodeados de zonas de entrenamiento militar
Tras los Acuerdos de Oslo, todas las comunidades palestinas que forman parte del Valle del Jordán quedaron situadas en Área C, bajo autoridad israelí, y rodeadas por zonas de entrenamiento militar y de asentamientos de colonos. Al conducir a lo largo del Valle, a cada pocos metros se pueden ver grandes bloques de cemento que advierten que la zona ha sido declarada firing area y el acceso queda prohibido. Las 300 familias que forman la comunidad de Ein Al Hilwa viven dentro del área militar desde 1967. “Entre una y dos veces al mes nos vemos obligados a abandonar nuestras casas debido a los entrenamientos militares”, cuenta Mahdee Dragmh, alcalde de la comunidad. En muchas ocasiones, tras dichos entrenamientos militares, los soldados dejan “accidentalmente” municiones y minas no detonadas. Murat, beduino de la zona, lamenta que “alrededor de 50 habitantes de esta comunidad han muerto a causa de la explosión de minas abandonadas por los militares”. Uno de ellos fue su hermano de 18 años.
Bardala, un pueblo próximo a la frontera con Jordania, se encarga de transportar en numerosas ocasiones tanques de agua a muchas de estas comunidades. Allí los activistas palestinos lo tienen claro: "La única forma de resistencia pacífica que tenemos es cortar las tuberías israelíes y empalmarlas a las nuestras, recuperando así lo que es nuestro”. Está actividad entraña un riesgo considerablemente alto de ser arrestado o disparado por las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) o incluso por israelíes civiles armados. Para muchos habitantes de la zona, “los soldados actúan bajo las órdenes de los colonos”.
El transporte del agua en tanques, visibles a lo largo de todo el Valle del Jordán, también conlleva el riesgo de confiscación en alguno de los Checkpoints de la zona. Para recuperarlos, los palestinos se ven obligados a pagar cantidades de entre 750 a 1.000 euros. Estos puestos de control, en ocasiones testigos de asesinatos, suponen un mecanismo más para limitar la libertad de movimiento de la población palestina. Restringen y dificultan su acceso al trabajo, a los hospitales y a la educación. Para Rashed no hay una solución clara a este problema, aunque, recuerda: "Los palestinos hemos aprendido a vivir de tal modo que los árboles son nuestros hospitales, la vida nuestra escuela y la educación la base para la revolución”.
La casa demolida de uno de los hijos de Imyihad en Fasayil. - M.L. / C.S.
En 2002, el hijo de Abu Sakr, habitante beduino de Al Hadidiya, perdió la vida tras esperar seis horas a que llegara la ambulancia: “Se golpeó la cabeza con una piedra al caer del tractor, no pensamos que fuera grave, pero tras tantas horas de espera perdió demasiada sangre”. Abu Sakr, quien asegura estar físicamente sano pero psicológicamente enfermo, ha sido también una de las miles de víctimas de la estrategia basada en la demolición de casas, mecanismo implementado por las autoridades israelíes desde 1967. En 2015, su tienda fue demolida 32 veces en 16 días. A pesar de todo, cuenta orgulloso: "Reconstruí mi tienda todas y cada una de las veces. Las primeras noches, tras la demolición, los soldados israelíes retiraban incluso el plástico que ponía en el suelo para que mis hijos pudieran dormir”.
En el pueblo de Fasayil, más de la mitad de la población ha recibido órdenes de demoliciones desde el año 2014. Imyihad estaba presente cuando los soldados llegaron para destruir la casa de su hijo Yihad. “Los soldados israelíes me aseguraron que solo venían para destrozar los corrales de las ovejas. Me engañaron”. Al ver que la intención era destruir la vivienda, Imyihad comenzó a gritar y pedir ayuda a otras mujeres del pueblo. Juntas y cogidas de la mano lograron impedir la demolición durante tres horas rodeando la casa, pero los soldados utilizaron entonces granadas aturdidoras y ya no pudieron resistir más tiempo.
Mano de obra barata para los colonos
Algunos de los habitantes del Valle del Jordán, muchos de ellos mujeres y niños, se ven obligados a aceptar trabajos dentro de los asentamientos o en los campos de producción israelíes. En toda Cisjordania, aproximadamente 10.000 palestinos son usados como fuerza de trabajo bajo las órdenes de los colonos. Trabajan bajo duras y peligrosas condiciones laborales por apenas unos 20 euros diarios, sin opción a seguro médico ni horas extra remuneradas. Algunos de estos trabajadores acaban siendo utilizados como espías para los propios colonos provocando una extrema desconfianza dentro de las comunidades palestinas.
"La situación ha alcanzado un punto donde los palestinos ya no pueden vivir sin la ocupación", denuncia Rashed. A esta situación se le suma la falta de respuesta por parte de las autoridades palestinas o de las organizaciones internacionales, centradas estas últimas únicamente en proveer ayuda de emergencia humanitaria. Rashed replica enfadado: "No le des el pescado a la gente, enséñales cómo pescar; pueden darnos una tienda pero eso no parará las demoliciones”. Para Abu Sakr, lo más importante es difundir la situación internacionalmente: "Prefiero a un periodista japonés que a todas las ONG japonesas juntas”.
Los colonos aprovechando la poca agua que queda en Al Auja. - M.L. / C.S.
Al principio de la ocupación, los colonos sólo eran una pequeña porción extremista de la población judío-israelí. SIn embargo, desde 1967 se han establecido alrededor de 250 nuevos asentamientos de colonos. Así pues, éstos se han convertido en una pesadilla para los palestinos. Según Ilyat, “a menudo los colonos nos cierran el camino de entrada con una valla metálica, nos impiden el paso e incluso han llegado a matar algunas de nuestras ovejas”. Rohee también explica indignado que cuando estos colonos llegaron “no tenían nada, eran pobres y ahora son incluso más ricos que los israelíes de Tel Aviv. Les ofrecen tierras de cultivo y vivienda gratuitas, no pagan por el agua o la electricidad y nos usan como mano de obra barata”.
Tras los recientes acontecimientos protagonizados por Israel y Estados Unidos, los colonos que habitan en Cisjordania se sienten con más autoridad que nunca. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, recientemente acusado de corrupción, pide seis meses más en el Gobierno con el único propósito de anexionar el Valle del Jordán a Israel. Para ello, ha pedido ayuda directamente a Donald Trump. Zeév Elkin, miembro de Likud (partido político de Netanyahu), explica que las buenas relaciones entre ambos presidentes podrían asegurar la aceptación en Washington de la anexión, de la misma manera que ocurrió con el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, la anexión de los Altos del Golán o las últimas declaraciones sobre la legalidad de los asentamientos de colonos.
Sin embargo, ninguno de los palestinos entrevistados tiene dudas: irse no es una opción. Para ellos, resistir es permanecer en lugar de ceder ante la corrupción y la violencia israelí. Para hacer frente a estas represivas políticas de la ocupación, cada rincón en Cisjordania tiene sus propias estrategias de resistencia. Los activistas del Valle del Jordán forman parte de los Comités de Resistencia Popular de Palestina y han empezado a incluir las manifestaciones y protestas pacíficas dentro de sus estrategias. Ghassan, uno de los activistas de la zona, lo resume así: “La resistencia es cada segundo, cada minuto de nuestras vidas; si me das a elegir entre ir a una manifestación o plantar diez olivos, elegiré los árboles porque la Resistencia Popular debe basarse en acciones perdurables”.
Fuente: María López / Coral Soy, Diario Público - España
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